Una vejez digna

Estaba empacando algunos libros antiguos cuando, de repente, encontré "Diario de la guerra del cerdo" de Bioy Casares. Me puse un poco nervioso porque no lograba recordar cómo ese libro llegó a mi casa. Para calmarme, comencé a hojearlo y al final terminé leyéndolo.
Bioy lo escribió en una época similar a la que estoy viviendo: en el momento en el que uno debe aceptar su vejez a regañadientes. La novela no es muy buena (aunque incluso fue adaptada al cine), pero es corta, entretenida y didáctica, ya que presenta tres puntos clave para definir a una persona mayor.
El primero es evidente: una persona se considera vieja cuando empieza a teñirse las canas; aunque también puede aplicarse a cualquier intento de rejuvenecimiento. El segundo punto es que una persona vieja tiende a repetirse; es decir, cuenta los mismos chistes, las mismas muletillas y las mismas anécdotas.
El tercer punto es el más interesante, pues dice que una persona vieja tiende a ver el pasado como algo lindo, mientras que una persona joven se inspira por los sueños del futuro. Es por eso que los viejos siempre usan frases como “en mis tiempos, la vida era hermosa” o “antes la sociedad era sana”, cuando lo más probable es que sus propias épocas fueran igual de aburridas que las actuales, o que cualquier otra época. Supongo que Bioy confirmó su vejez cuando dejó el libro en la imprenta (solo un viejo podría hablar de temas de viejos).
En esa divagación me acordé de un loco tío-abuelo que tuve. Hasta ahora, nadie sabe cómo hizo para meter tanto licor a su asilo de ancianos. Esa noche, las viejitas y viejitos borrachos armaron un desastre de magnitudes bíblicas y a mi tío no solo le expulsaron, sino que le prohibieron entrar a cualquier establecimiento similar por el resto de su vida.
Murió poco después, a los noventa y tantos años, bastante joven por cierto.