Un restaurante en Marsella
El día en que murió la abuela, el mejor restaurante libanés de Marsella se fue directo al carajo. Ella conocía cada rincón del negocio, sabía perfectamente si el precio del tomate había subido o si los clientes habituales estaban de vacaciones y dónde se encontraban.
Mi esposa nunca quiso involucrarse en el negocio, era la oveja negra de la familia. Al principio, le reprochaba porque nuestra situación económica era un desastre, y pensaba que si trabajáramos en ese restaurante, podríamos estar un poco mejor. Pero ese día, en que murió la abuela, comprendí la verdadera magnitud de la palabra "calamidad".
Los primeros en traer gasolina fueron los cuñados y cuñadas, con sus comentarios y celos. Siguieron los nietos, que poco saben de historia y mucho de ambición; ellos trajeron la leña. Finalmente las hermanas y hermanos prendieron el fuego con sus rencillas ocultas. El mejor restaurante libanés que Marsella pudo tener, ardió y se consumió en cuestión de horas. La prensa llegó mucho más rápido que los bomberos; fue un día oscuro para la ciudad, para la comunidad libanesa y, especialmente, para la familia que ya estaba claramente dividida.
Los resentimientos no hicieron más que crecer, no solo se dejó de hablar entre parientes, sino que comenzaron a odiarse. Abogados y jueces formalizaban los puñetes en memoriales y sentencias. La herencia y la fortuna quedaron en pedazos, el imperio había llegado a su fin.
Ese día se murió la abuela, el lugar y la escasa dignidad que tenía el apellido. Parece que una semana después alguien abrió una pizzería, nunca lo sabré. Marsella me está prohibida de por vida.