Suciedad eterna
Después de una tormentosa discusión con su marido, Alina salió a la calle. Estaba tan enfurecida como triste, pero sabía que no era buena idea vivir con odio en el alma. Tenía ganas de llorar, pero no quería que nadie la viera; entonces agarró una escoba vieja y se puso a barrer la calle.
Barría la calle con rabia, pensando en el idiota de su esposo. La escoba sufría la furia de sus recuerdos; los malos momentos se transformaban en polvo y suciedad que salían volando a cualquier parte. Eventualmente, la entrada de su casa estaba brillando de limpia; pero las penas no se iban, así que se puso a barrer el resto de la cuadra. Los vecinos no entendían el espectáculo, pero tampoco querían entrometerse, pues sabían que era mejor mantener sana distancia de las peleas familiares.
Como la cólera seguía, Alina terminó barriendo la ciudad entera, dejando la escoba convertida en un palo. Pero eso no la detuvo y llegó el día en el que había barrido el mundo entero. Toda la mugre del planeta estaba en una montaña inmensa. Cuando no había nada más que barrer, Alina dibujó una sonrisa y posteriormente escaló por todo ese monte de basura y tierra fina. Cuando llegó a la cima, se mató de risa, es decir, que se murió de verdad. Una vez que su feliz cuerpo cayó, la montaña se deshizo en una polvareda que inundó el planeta.
—Podrás barrer tu casa todo el día, todos los días, y al día siguiente siempre estará un poquito más sucia— le decía mi abuela a su hija. —No es polvo, son las penas de Alina que nunca se irán—