Las pepas de la sandía

Las pepas de la sandía

Estaba en mi pequeña terraza en Lyon junto a la Gata, disfrutando de una jugosa sandía (esa mágica fruta que usamos para soportar las olas de calor europeas).

—¡Deja de escupir las pepas, cochina!— le pedí torpemente. Ella respondió que no lo haría, argumentando que los hombres pasan el día entero escupiendo en las calles, autobuses, trenes, canchas de fútbol y cualquier lugar con suelo. Así que sus escupitajos eran una especie de activismo feminista.

Unos días después, en la terraza apareció una planta con hojas bastante extrañas. La Gata afirmaba que era una sandía y estaba emocionada al respecto, aunque yo dudaba. Decidimos poner a prueba un viejo libro de botánica; efectivamente, se trataba de una sandía. Durante las noches la regábamos abundantemente y durante el día intentábamos cubrirla un poco para evitar que se quemara.

Después de una semana, vi la planta en una maceta dentro de la casa y pensé que la Gata la había trasladado allí para protegerla del sol. Al día siguiente, apareció en otra maceta y al siguiente volvió a la terraza. —Qué bueno que la devolviste, así aprovechará la lluvia — le dije a la Gata. —¡Caramba! ¡Pensé que eras tú quien la movía de un lado a otro! — respondió ella y nos asustamos.

Volvimos al libro de botánica y al examinarlo detenidamente, descubrimos que no era una sandía, sino una “miscandrea”. Según el libro, es la única especie en el mundo natural que es fauna y flora al mismo tiempo. Charles Darwin la utilizó en un ensayo para respaldar su teoría del ancestro común, pero nunca pudo mostrarla en público, ya que la maldita planta siempre se le escapaba. Justo cuando cerrábamos el libro, la planta saltó de la terraza y nunca encontramos ni rastro de ella.

Esa noche, que marcaba el final de la ola de calor, estábamos sumidos en la tristeza. —Fuimos tontos al dejarla ir — comentó la Gata, mientras no paraba de escupir pepas de sandía.

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