La margarita del maestro
El tío de Rocamadour me dijo que “Master i Margarita” era uno de los mejores libros que había leído en su vida. Como soy contreras y renegón dije “seguro es una huevada”.
Meses después conocí a una chica rusa, Natashka, que me estaba enseñando el alfabeto cirílico. Ella habla muy bien el español y le pregunté si en Rusia, a la montaña rusa, ensalada rusa y ruleta rusa, les decían sólo montaña, ensalada y ruleta. No entendió el chiste y por media hora me explicó cómo se traducían cada una de esas cosas.
Eventualmente me habló del libro y como es raro que dos cosas se repitan sin un motivo sagrado por detrás, me vi en la obligación de leer la obra. Tuve que tragarme mis palabras con el tío de Rocamadour. Es de lejos una de las obras más grandes de la literatura, tan solo peca de ser demasiado larga, fácil se corta la mitad y se mantiene la misma potencia.
Existen mil adaptaciones en televisión, cine, teatro y radio. El autor, Mikhail Bulgakov nunca terminó de revisarla; al morir mantenía la esperanza de que su primer lector fuera Stalin, con quien se escribía frecuentemente.
Para leer uno de los capítulos más lindos fui a un bar y pedí un “ruso blanco”, le mostré la foto a Natashka diciéndole que seguro en su país este trago se llama “blanco”. No me respondió ni me escribió más; a este paso creo que nunca aprenderé el alfabeto cirílico.