La defensa del lenguaje
Una de las cosas más raras de la humanidad es la defensa férrea del lenguaje. Si una persona escribe sin acentos, si se olvida una “h”, si en vez de una “c” puso una “s” recibe una serie de reprimendas sociales. Si las faltas son continuas se la tacha de ignorante, de tener un nivel intelectual bajísimo. En el caso del español, el escudo es una patética academia y su triste diccionario.
Antes me gustaba dar la contra diciendo “el lenguaje siempre cambia, es una cosa viva”. Pero después quise entender las razones de ese odio al que habla o escribe mal. Un gran poeta me dijo “para las personas el lenguaje es la realidad, si alguien les cambia eso, les está cambiando toda su existencia y eso es algo que no se puede aceptar”.
Por mi lado me atrevo a ensayar dos posibles respuestas, la primera es que el lenguaje es lo principal en la identidad de una persona y, por ende, algo muy delicado de tocar. Si alguien le pone un ingrediente extra en un plato nacional o si algún extranjero se apropia de una canción o baile tradicional saltan inmediatamente las alarmas.
La segunda respuesta es que aprender a leer y escribir es un evento traumático. En la infancia pasamos de un mundo mágico a uno escolar donde todas las cosas tienen un nombre exacto y preciso, donde la equivocación se castiga con burlas o reprimendas. Se pasa del parque al escritorio en el que llenamos hojas de hojas con letras mayúsculas, minúsculas y caligráficas. Es decir, leer y escribir son lesiones mentales, no por nada “la letra entra con sangre”.
per so a beses mencanta scrivir alaquete! aunquenosntiendanadadnada pork mEHACE sentir meNOSPErsona i1 kcho mass L[IVRE]