La costurera de la escultura
Debajo de mi casa vive una costurera que a veces vende ropa en ferias. Hace una semana, mientras volvía de madrugada a casa, me quedé hipnotizado frente a su pequeña vitrina. Tenía a la venta una polera gris con un bolsillo amarillo en el lado derecho y un adhesivo que decía "BOOM!" en el centro.
Desperté por la tarde y, después de una rápida ducha, bajé a ver si su negocio estaba abierto para comprarla. Cuando llegué, le pregunté por la polera, y me dijo que una chica se la había llevado esa mañana. —No te preocupes, puedo coserte otra si quieres, solo me falta el adhesivo— dijo para levantarme la moral, y no pude sino aceptar su gentileza, aunque me hundí porque ese “BOOM!” era lo primordial.
Luego, me pidió ayuda para arreglar su nueva vitrina, estaba decorando el lugar con objetos antiguos, y por primera vez en mi vida vi un reloj de arena gigante. —Es de mi nonna, me lo prestó por unos días, ¿es lindo, no?— mencionó, y no pude más que asentir. Le dimos la vuelta y quedamos hipnotizados mirando el movimiento constante.
—Cuando era chica, solía quedarme en casa viendo esto toda la tarde. Es el ejercicio más fantástico de la vida; una vez que entras en trance, verás que cada grano de arena es diferente al anterior. Algunos caen rápidamente, otros se trancan un poco, pero eventualmente todo se acaba y tienes que empezar de nuevo. Un reloj de arena es la descripción perfecta del tiempo; arriba está el pasado y abajo el futuro, nosotros vivimos en este huequito, este pequeño espacio por el que transitan multitudes— sentenció de manera casi poética.
Pasado mañana tengo que recoger la polera. La espera me parece una eternidad, aunque seguramente después de usarla un par de veces me aburriré de ella. —Que chistoso, estoy triste por algo en el pasado que nunca ha sucedido y por algo en el futuro que nunca sucederá— me dije antes de volver a casa, de madrugada.