El rey demócrata
La otra noche, mientras volvía a casa en la máquina (así le dicen los italianos al auto), comencé a discutir con el tío de Rocamadour. Yo le decía que la única diferencia entre la monarquía y la democracia era que, ahora, al idiota de turno lo elegimos nosotros y no Dios.
El me decía que yo no tenía idea del pasado europeo y que la democracia era lo mejor que le había pasado al continente. Mi argumento era que los reyes no tenían el poder que la historia les da; al final si comenzaban a hacer macanas los envenaban o les llegaba un hachazo en la espalda en plena batalla.
Él decía que yo podía darle todo el palo que quisiera a la democracia, pero que claramente era lo mejor de entre lo peor. Antes de que nos pusiéramos de acuerdo o de que nos agarráramos a puñetes, una mosca se pegó un tremendo porrazo en el vidrio. El parabrisas estaba rajado y a esa velocidad no mejoraba nada.
Llamamos a todos los vidrieros de la zona, que eran dos, y ninguno estaba despierto. Al día siguiente el seguro se encargó de todo. “Seguro que tu rey no solucionaba esto” me dijo. Atiné a decirle que su presidente tampoco fue de mucha ayuda.
Cualquier rato nos agarramos a golpes, y ni el rey, ni el presidente se enteran.