El puerto de Ispra
El sábado fui al puerto del pueblo, es un lugar bastante tranquilo pues solamente pasan dos barcos al día, uno que va en la mañana y otro que vuelve a la noche. El resto del tiempo solo se ven algunos patos y cisnes peleando o buscando comida.
Estaba esperando a mi amigo Francisco para ir a cenar. Ya iban como diez minutos de retraso y, no sé porqué, pero al hacer hora me puse a pensar en lo que me decía mi madre: “hijito en la vida siempre hay que ir adelante”. Viendo a las delicadas olas golpeando las piedras me maté de risa, pues deduje que si le hacía caso en ese momento, me caía, me ahogaba y me moría.
Es muy raro eso de ir siempre adelante en un planeta que tiene la forma de una pelota. Si una persona fuera adelante y, digamos, llegara lejos en la vida; en realidad sólo habría vuelto al mismo punto en el que comenzó. Claro, más vieja, cansada y con algunas anécdotas encima.
Me gusta más la idea de no ir a ninguna parte, pues es imposible, porque siempre estamos moviéndonos de aquí para allá. Además, si somos estrictos con el lenguaje, “ninguna parte” es un lugar mágico, que no existe, al que nunca se puede ir.
Después de unos veinte minutos por fin apareció Francisco. Yo esperaba que me cuente alguna excusa de su retraso, pero me saludó como si nada “¡Hola!, ¿cómo va?”. Hasta ahora sonrío de mi inconsciente respuesta, “¿cómo va donde?”.