El pesebre portugués

Estaba visitando a José, un amigo de Azinhaga, un pueblo muy pequeño de Portugal. Él se fue al campo y yo me quedé en su jardín tomando unas cervezas, cuando de repente apareció una oveja llena de barro. —Soy un ángel— dijo claramente con un balido. Me maté de risa. —¡Qué chistoso! Yo estoy tomando y la única que se emborracha es esta oveja— respondí.
—¡Calla!, ¡ignorante falto de fe!— dijo la oveja y luego me contó una historia bastante peculiar. Decía que antes de que el tiempo fuera tiempo, Dios y el diablo eran grandes amigos. Capaz por aburrimiento, Dios decide crear todo en seis o siete días. El diablo no quería quedarse atrás y hace exactamente lo mismo, solo que un poco más abajo.
Por cada cosa que el diablo copiaba, Dios se enfurecía y creaba otra más difícil de replicar. Al final, tuvo la idea del fruto prohibido. Había dado en el clavo, pues Satanás no tiene idea del pecado, para él no existe la culpa. A partir de ahí, ambas creaciones divergieron, arriba se quedó la tierra y abajo el infierno. —Son básicamente lo mismo, la única diferencia es la culpa— dijo la oveja antes de convertirse en una montaña de barro en el jardín.
Yo solamente pensaba en ponerme sobrio para contarle la historia a mi anfitrión y que me crea. Esa noche repetí el relato pero había mezclado todo, le dije que era cabra y no oveja, que en realidad la tierra es el infierno y que Dios tiene un paraíso arriba. En fin, fue un desastre.
Lo raro es que José me creyó, y ahí caí en cuenta que la oveja era él.