Su santidad, la muerte

Relato corto sobre ese incómodo y repetitivo tema de conversación.
Su santidad, la muerte

Me tocó nacer un par de días después del día de todos los santos, y creo que por eso mantengo la muerte como tema recurrente de conversación. Claro que es una cosa que incomoda, que molesta y que arruina las reuniones con amistades. Es mejor hablar del clima, de los logros o de las travesuras antes que recordar las tragedias.

Igual nombrar a un día, como el de todos los santos, es un poco fantasioso; dudo muchísimo que todos hayan sido santos. La muerte da un manto de protección para con los vivos que se olvidan rápidamente de los pecadillos, las borracheras, las violentadas, las malas caras y los abandonos. Solamente con ese olvido los muertos se convierten en seres de luz, en ángeles que vuelan alto, en seres mágicos que nos visitan en los sueños y recuerdos. Es normal, cada vez que alguien comenta sobre uno de sus fallecidos, decora el pasado con una infinidad de adjetivos maravillosos.

Igual hay muertos malos: dictadores, criminales, asesinos, varios políticos y algunos recaudadores de impuestos. Esos si se fueron directo al infierno y consuela que son la minoría. También están los que lastimaron tanto en vida que no tienen perdón ni de Dios, pero incluso a esos se evita recordarlos. Pocas veces se rememora a una persona con todas sus bondades y maldades, parece que cuando uno pasa al otro mundo hay solamente dos caminos: cielo o infierno, izquierda o derecha, arriba o abajo. Incluso el mismo purgatorio es solamente una sala de espera antes de subir o bajar. En el juicio final, como en cualquier juicio, es mejor acogerse al silencio; callado uno se defiende mejor.

Siendo más gentil con el análisis, me gustan los difuntos que no se van. Como mi bisabuela materna Teresa, que en pleno preparativo de su funeral, se levantó de su lecho como si fuera Lázaro y gritó a su hija "¡Qué haces caminando así, ponte zapatos!".

Su repentina resurrección casi provoca la muerte de todos los presentes que juraban ver a un fantasma. El panteonero, que estaba igualmente asustado, pensaba que en vez de cavar una fosa iba a tener que cavar cinco. El doctor tampoco tenía muy claro lo que estaba pasando y tuvo que hacer malabares con sus diagnósticos. La bisabuela resucitada murió unas semanas después, esta vez de verdad. Cerró las puertas de su vida dejando bendiciones y recomendaciones.

Hoy en día casi nadie recuerda a Teresa y seguro que en unas cuantas generaciones hasta su nombre pasará por completo al olvido. Todo eventualmente cesará; es cuestión de esperar.

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